Conocé las historias de Omar Bonilla y Néstor Rodríguez, los únicos que continúan repartiendo en carro tirado por un caballo.
El paso inexorable del tiempo y los avances tecnológicos transforman prácticamente todo a su paso, incluso llevando a la desaparición de muchas costumbres y profesiones. Un ejemplo claro de esto lo encontramos en los oficios, y en una región reconocida por su tradición lechera como San José, el del lechero artesanal y ambulante se encuentra en peligro de extinción.
Sin embargo, como en toda regla existen excepciones, en este caso, individuos románticos y comprometidos que, a pesar de tener a su disposición todas las comodidades de la tecnología moderna, optan por mantener viva la llama de la tradición. Estos hombres continúan su labor en humildes tambos, con su pequeño grupo de vacas y un leal caballo como su fiel aliado. Con determinación, siguen visitando casa por casa a sus clientes, llevándoles la leche fresca producida a escasa distancia de aquellos que la consumen.
En tiempos pasados, estos laboriosos trabajadores se contaban por decenas en todo el departamento de San José, pero en la actualidad, solamente dos persisten en su labor: Omar Bonilla en la ciudad de Libertad y Néstor José Rodríguez en la ciudad homónima a su apellido. Tienen 75 y 49 años respectivamente y desde hace décadas se dedican a la lechería artesanal y al reparto del producto puerta a puerta.
Todos los días Omar Bonilla se levanta a las cinco y media de la mañana y a las seis ya está en el tambo listo para comenzar a ordeñar sus siete vacas. El horario varía en invierno, época del año en la que el frío motiva a comenzar la labor un poco más tarde.
Prende la radio que reposa en el marco de una ventana, con un balde extrae ración de una bolsa grande, la deposita en los diferentes comederos y se acerca hasta la puerta, desde ahí llama a sus vacas que una a una van asomando ante la certeza de encontrar alimento y alivio al extraérseles la leche.
Don Omar sabe de antemano en qué recipiente comerá cada una, “las negritas”, “la pampa”, “la chiquita”. Mientras cuatro comen las restantes esperan su turno afuera. El ordeñador comienza por uno de los extremos, “manea” al animal de turno atándole ambas patas traseras con una piola fina para que no patee y también la cola para que no “chicotee”.
“No cuesta nada manearlas” dijo el tambero en una entrevista realizada tiempo atrás por el periodista libértense Fernando Marrero, recordando que años atrás se confió con una vaca mansa que de la nada se “retobó” y le pegó una patada en el pecho por la que terminó ante el médico. “Son bravas las vaquillonas”, acota.
Con movimientos ágiles pese a sus setenta y cinco años, Omar lava las ubres con sus grandes manos en las que se ven venas hinchadas por la fuerza del trabajo rural, y sentado en un tarro con un almohadón finito que denota años de uso comienza desde uno de los laterales la rítmica labor de ordeñe que le demandará una hora aproximadamente; la escena se repetirá cada doce horas, todos los días del año.
Chorrito a chorrito el balde se va llenando, una vez que eso sucede, el trabajador rural se levanta y vierte el producto en un tarro más grande en cuya boca tiene una malla de tela fina que oficia de cernidora. De ahí la leche irá al freezer donde permanecerá unas horas, bien fría, hasta ser repartida. En primavera la producción es mejor, pero los últimos tiempos con la sequía que afectó al país todo se complicó y se vio reflejado en una notoria merma del producto.
Bonilla sabe muy bien lo que hace. Se crió en Rincón de Flores donde heredó el oficio de su madre, comenzó a ordeñar a mano cuando apenas tenía diez años y hace treinta y siete que reparte casa por casa en la ciudad de Libertad.
Recuerda que antes en la zona eran treinta y seis los lecheros ambulantes que repartían en carros tirados por caballos, actualmente solo queda él. En aquel tiempo el grupo acordaba cuánto sería el porcentaje de aumento del precio de venta al público, rememora sonriente.
“Todos me han dicho de cambiarme, pero no, yo sigo con la tradición. Toda la vida en esto. Hago lo que me gusta, algo tengo que hacer, yo no puedo estar quieto, no sirvo para estar sentado abajo de un árbol”, dice convencido.
Antes remitía a una cooperativa láctea pero el pago no era bueno, por lo que debió incrementar el ingreso económico de su hogar para poder criar a sus cinco hijos, fue en ese contexto que surgió la idea de comenzar con el reparto, llegando a dejar a domicilio ciento veinte litros de leche que en la actualidad han disminuido a setenta. “Los tambos chicos ni pudieron aguantar por lo caro que está todo”, expresa con aires de angustia.
Reconoce que hubo años bravos, pero pudo salir adelante. En aquel tiempo el reparto era diario, después paró los domingos y en la actualidad lo realiza cuatro días a la semana: lunes, miércoles, viernes y sábados. De 9:30 de la mañana hasta las 12:30 visita unas cincuenta casas a las que llega en su carro tirado por un caballo que tiene hace trece años.
Se anuncia gritando “¡lecherooo!”, siendo recibido por clientes que lo consideran parte de su familia. Omar aparece con un recipiente que contiene la tan preciada leche y una jarrita medidora con la que vierte el nutritivo líquido en las ollitas que le proporcionan en los hogares. Si en la casa no hay nadie eso no es impedimento para que cumpla con su función. Hay una vecina que cuando no está me dice: “Bonilla no me deje sin leche, déjela y póngala en la heladera”, cuenta con orgullo. El septuagenario denota su popularidad diciendo: “Me saluda gente que ni siquiera sé quiénes son, pero he ido a la casa alguna vez a dejarles leche”.
Consultado sobre el tratamiento que hay que darle a la leche que viniendo directamente del tambo está cruda responde: “Hay que hervir la leche, es fundamental”, aunque reconoce que “hay gente que la toma cruda”. También señala que “no es conveniente dejarla en botella, hay que hervirla y ponerla en una olla”, ya que considera que “la botella es peligrosa”. Recuerda que antes, cuando las heladeras no se habían popularizado, para mantener la leche en buen estado la gente la ponía en agua fría o en conservadoras.
Omar Bonilla no está solo en esta cruzada, en la vecina ciudad Rodríguez, también en el departamento de San José, Néstor José Rodríguez a sus cuarenta y nueve años se mantiene firme en la labor de ordeñar y repartir la leche casa por casa en un carro tirado por un caballo.
Rodríguez siguió los pasos de su padre Baldomero, que actualmente tiene ochenta y seis años y comenzó con el reparto de leche con una “petizita” (yegua pequeña). En diálogo con San José Ahora don Baldomero siempre le gustó “el trato con la gente y andar en la calle”, combinación perfecta de placeres que se ajustaban como anillo al dedo al oficio elegido.
Al igual que en el caso libertense, cuando empezó a repartir eran varios los lecheros ambulantes que trabajaban en la zona. Algunos le sugerían que “comprara el reparto”, pero prefirió ofrecer leche de buena calidad y así logró conformar una cartera de clientes que le reportaba ganancias significativas para su economía. “A los pocos días tenía flor de reparto, ahora mi hijo sigue igual”, expresa con orgullo este hombre que reconoce que una de las cosas que más le gusta es ver hervir la leche con nata arriba, esa capa espesa de grasa que permite hacer la deliciosa manteca casera.
“Ahora él siguió el oficio mío, con el carro, con el caballo”, dice refiriéndose a su primogénito Néstor. Éste tiene cuarenta y nueve años de edad y hace treinta y cinco años que se dedica al ordeñe y reparto de leche. Nos dice que cursó hasta quinto año de primaria y desde ahí se dedicó a trabajar. “Lo heredé del viejo; me gustaba el campo, me gustaba hacer esto”, dice, al tiempo que destaca la labor de su gran compañero de labores, el caballo, el que tiene desde hace diez años. “A él (refiriéndose al caballo) no se le pasa ni una casa”, evidenciando que el equino conoce el recorrido del reparto de memoria.
Rodríguez se vuelve a subir al carro, toma las riendas y se lo ve alegre, pero ya a punto de retomar la marcha se sincera con San José Ahora reconociendo que está “medio cansado”.
En Libertad, su colega Bonilla también se refiere a lo sacrificado de la labor.
“Si me habré privado de cosas” dice resignado, evoca cumpleaños, reuniones y salidas interrumpidas porque había que volver a hacer el tambo. “Las vacas no saben lo que es feriado, Año Nuevo o Navidad, esto es todos los días, mañana y tarde los 365 días del año”.
Consultado por cómo avizora el futuro del reparto de leche casa por casa, tal como lo hacen él y Néstor Rodríguez, su respuesta es concreta y fulminante: “Se va a terminar, porque nadie te agarra viaje”. / Por César Reyes / Fotos: Walter González en ciudad Rodríguez (Rodríguez) y Matías Santos (Libertad )