Los datos de César Revetria evidencian la notoria disminución de aguas caídas en los últimos tres años.
En la actualidad casi todos los uruguayos hemos escuchado y hablado sobre la sequía, el déficit hídrico o directamente la falta de agua para consumo humano.
Lo que para muchos podía parecer un problema casi improbable, hoy mantiene en vilo a las autoridades que buscan por todos los medios hacer frente a la difícil situación que ha alcanzado niveles insospechados para la mayoría de los habitantes del país.
Atravesamos días en los que nos preguntamos recurrentemente: “¿Cuándo llueve?” y si eso sucede inmediatamente la interrogante es: “¿Cuánta agua cayó?”. La respuesta se ha vuelto tristemente predecible: “Lo que llovió no alcanza para revertir el déficit hídrico”.
La lluvia; tema de conversación desde siempre y de preocupación desde hace algunos meses. Pero esa preocupación no es nueva para quienes han dependido de ella para ver fructificar su esfuerzo diario, ese con el que sostienen a sus familias, los alimenta y les permite desarrollarse en base al trabajo en la tierra. En tiempos de aplicaciones móviles que informan sobre el estado del tiempo y de espacios meteorológicos que concitan la atención de los televidentes en los informativos, hay quienes siguen confiando en sus pluviómetros particulares. Ese tubito de plástico con boca chica y con las marcas de los milímetros, por lo general prendidos en algún poste de alambrado como un pájaro carpintero, son la herramienta que les da más confianza al momento de saber cuánto llovió.
Un claro ejemplo es el productor rural jubilado, César Revetria, quien desde hace 17 años lleva un paciente y cuidadoso registro de las aguas caídas en su predio, ubicado en la zona del Cerro San José.
Desde el año 2007, después de cada lluvia, él se acerca al pluviómetro de su establecimiento con un cuaderno y lapicera en mano, observa y toma nota. Muchas veces se sorprendió con el nivel de agua caída y otras tantas pegó media vuelta y regresó a la casa con la desazón de no ver colmadas las expectativas ante la necesidad del vital elemento.
“Lluvias”, se lee en la parte superior de las páginas acompañadas por el número que indica el año, a eso le suceden 12 renglones -uno por cada mes- en el que se indican los milímetros registrados.
Los datos anotados por manos hoy rugosas que denotan el paso del tiempo y son muestrario del trabajo realizado durante toda una vida dedicada al campo, son un documento valioso. Esteban, uno de los nietos de César, se tomó el trabajo de pasarlos a una planilla de Excel. En ella se aprecia claramente que en los últimos tres años –periodo comprendido por los años 2020, 2021 y 2023- los registros han arrojado más de mil milímetros por debajo del trienio 2017, 2018, 2019.
César Revetria es un ejemplo de varios productores que a lo largo y ancho del país llevan a cabo una práctica similar. Que desde siempre dependieron del agua que les ofrendan las nubes negras, que todo riegan trayendo así el impulso de la vida que ellos se empeñan en hacer germinar y crecer.
Los trabajadores rurales saben que la situación es bien complicada. Tanto que esta vez también afecta y pone en jaque a miles de sus compatriotas, esos para los que siempre su preocupación les era indiferente, porque cuando no te toca no existe. Pero los productores también son optimistas, saben que “siempre que llovió paró”, aunque en este caso el dicho aplique totalmente a la inversa.