Año 1976. A la oficina de la Corte Electoral de Montevideo llega una joven maragata, ansiosa y con la ilusión de ganar un concurso que le permita acceder a un puesto de trabajo seguro. Cuando se apresta a subir las escaleras que la dejen en el primer piso donde está el salón, no la dejan. El motivo: es negra, y los negros no pueden pasar de la planta baja. Ellos solo son auxiliares de servicio y no se pueden mezclar con los administrativos, que suelen mirarlos desde arriba, apoyados en las barandas de madera lustrosas que delimitan ese piso superior al que pueden acceder simplemente por el color de su piel. La encargada de decírselo y de impedirle el paso es otra negra que trabajaba como ascensorista del edificio.
La joven mira para los costados. Junto a ella hay otras dos chicas, también negras que llegaron desde otros puntos del interior del país. Las tres se han preparado mucho y les parece sumamente injusto que no las dejen subir esas escaleras para concursar. Las opciones no son muchas: resignarse o hacer un pequeño acto revolucionario que puede traer consecuencias no deseadas. La joven negra maragata toma la iniciativa, adopta postura de líder y decide arriesgarse…
Hoy, a 44 años de aquel hecho, San José Ahora habló con Julia, Miguel y Mara, tres negros maragatos, como aquella jovencita desafiante, que tienen mucho para decirnos.
Mara Rivero tiene 41 años de edad, es niñera y asistente personal del BPS. Miguel Pintos tiene 45 años y es maestro. Julia es ama de casa y la que habla menos de los tres, pero con sus 79 años de edad es la que más ha experimentado en carne propia el cambio social que se ha dado en el país y principalmente en tierras josefinas, que cualquiera de los otros participantes de esta entrevista.
Para iniciar, la pregunta cantada:
San José Ahora: ¿Te molesta que te digan negro/a?
Julia: “No me molesta para nada si lo dicen con respeto”.
Mara: “No, al contrario. Me molesta que me digan que soy morocha o de color, porque soy negra”.
Miguel: “La palabra en sí no me molesta, soy negro, creo que lo que a veces incomoda es el uso despectivo de la misma, todos tenemos nombre”.
Miguel se explaya agregando que “el uso peyorativo de características que no nos definen es discriminatorio, `negro, gordo, tengo, trata, sudaca’, o como oí una vez, `del Bronx, blanquito’. Personalmente no me afecta y lo tomo de quien viene, desde el negro que te rodea de afecto hasta el que pretendiendo discriminar y desvalorizar habla más de su ignorancia que de mí”.
–En su Artículo 1º. La Ley Nº 19.122 dice: “Reconócese que la población afrodescendiente que habita el territorio nacional ha sido históricamente víctima del racismo, de la discriminación y la estigmatización desde el tiempo de la trata y tráfico esclavista, acciones estas últimas que hoy son señaladas como crímenes contra la humanidad de acuerdo al Derecho Internacional”–
Tiempo atrás en Uruguay se impulsó una campaña que proponía llamar a los negros “afrodescendientes”. Esta acción que pretendía evitar la discriminación, terminó siendo rechazada por un alto porcentaje de la propia población negra.
“Yo soy negra y me gusta que me digan negra. La palabra afrodescendiente me suena mal”, expresa Julia. En la misma línea está Mara: “Los negros son negros, si nos dicen afrodescendientes a nosotros me gustaría saber cómo le van a llamar al resto. Además me parece que ya hay demasiados rótulos como para seguir agregando y eso es justamente lo que fomenta todo tipo de discriminación”.
Para Miguel “todos somos afrodescendientes, puesto que los restos más antiguos humanos se han encontrado en África, después hay colores de piel, de ojos, de pelo y todos somos personas con capacidades múltiples y diversas, deberíamos mirar más eso que las características físicas”.
Los tres coinciden en que hace mucho tiempo, incluso años, que no son víctimas de racismo. La pregunta es: ¿Hemos avanzado como sociedad en ese aspecto?
Miguel considera que “la sociedad es muy propensa a señalar a aquel que es, se ve o se percibe diferente, no necesariamente por el color de la piel, a veces tiene que ver con el aspecto físico, la forma de vestir o la identidad de género. En nuestra sociedad también el hecho de ser pequeña hace que aquellos que llevamos muchos años siendo parte de ella trascendemos esos aspectos que en algún momento pueden haber sido estigmas”.
Mara reconoce que se ha avanzado pero “sigue habiendo un doble discurso”, y agrega que “ahora hay mucha gente luchando por la igualdad, entonces ya no pasa o pasa muy poco que no te tomen en un trabajo o algo así porque sos negro. Ahora la persona mal vista es la que discrimina y no lo hace, pero no quita que lo sigan creyendo”.
Niñez: felicidad por un lado, discriminación por el otro
Al preguntarles por su niñez las respuestas son disímiles. Pese a sus 79 años a Julia no le es para nada difícil retroceder en el tiempo para rencontrarse con aquella niña educada en un colegio privado y que fue “bastante discriminada, más que por los niños de su edad, por los adultos”. Aclara también que por aquellos años la discriminación era por ser negra en parte, pero en gran medida por ser mujer.
Mara por su parte relata: “En mi niñez fue el momento en el que más me lo hicieron sentir, igual mi madre por su experiencia personal siempre nos habló mucho del tema, nos explicó y nos «negreo» (risas), así que cuando llegamos a la escuela no dolía que nos dijeran negro porque mi mamá nos había hecho entender que éramos negros y no era malo. Sí dolían los adjetivos que venían después del negro, pero como los tres siempre tuvimos mucho carácter se solucionaba”.
En el caso de Miguel el recuerdo de la niñez le dibuja una sonrisa de dientes blancos como una luna creciente en su rostro negro. “En mi infancia pocas veces me sentí discriminado, tuve muy buenos amigos, fui un niño feliz. Aunque la etiqueta de negro muchas veces apareció, nunca me cerró una puerta en esa etapa. En ese sentido siempre me consideré un privilegiado. Me consta que no todos los negros vivimos la misma experiencia, tengo evidencias cercanas en lo afectivo de niños y niñas que sufrieron discriminación, no solo de niños, sino incluso de adultos”, tal como le pasó a Julia.
En la adolescencia las cosas mejoraron para Mara, por lo menos en parte. “Fue un poco mejor que mi niñez en ese sentido. Como dije anteriormente, siempre tuve carácter fuerte así que no tuve muchos problemas. Mitad y mitad, pero mi mamá tuvo mucho que ver en eso preparándonos para que no nos doliera”.
Miguel se escudó en el color de su piel para ocultar su timidez, la que él mismo describió en los siguientes términos: “Mi adolescencia estuvo marcada por una profunda timidez, sobre todo en la etapa tardía. De los 15 en adelante fui un muchacho bastante retraído, si bien tuve y mantuve amigos. En esa etapa donde aparece el amor de pareja como protagonista me sentía sapo de otro pozo, me costaba mucho vincularme con chicas, de todas formas mirando hoy desde la óptica de un adulto no siento que me hayan discriminado, más bien yo me escondí detrás de mi lugar de negro para ocultar mi timidez. Por suerte uno madura y cambia la forma de ver el mundo. De todas formas creo haber sido un adolescente bastante feliz”.
El prólogo del libro “Afrodescendientes en Uruguay”, de Mónica Olaza, refiriéndose a los negros en Uruguay, dice:
“Sin ellos seríamos más pobres cultural y económicamente. Sin su historia la música local no habría logrado la originalidad que la caracteriza, no habría tango, ni milonga, ni candombe; sin su trabajo nuestra economía sería menor, sin su sangre derramada la lucha por la independencia habría sido más difícil, y sin su talento no hubiésemos obtenido las distinciones futbolísticas que nos destacaron mundialmente. Repitámoslo de otra manera: los descendientes de los negros arrancados de África y vendidos como esclavos en la Banda Oriental forman hoy parte del esfuerzo colectivo que terminó cristalizando en el país que somos”.
La óptica del maestro Miguel
“Como docente me ha tocado tener alumnos negros, por suerte las escuelas han sabido entender la inclusión y hoy es algo palpable. Los niños no discriminan a otros niños por su piel, no lo he visto como docente y tampoco como padre. A mi hijo –que también es negro- le ha tocado concurrir a dos escuelas con realidades bien diferentes, una urbana y otra rural y por suerte se ha integrado muy bien, siendo aceptado y valorado por su forma de ser.
Creo que los niños hoy tienen encuentros y desencuentros por diferentes motivos, no por el color de piel, a veces la crueldad se traslada al uso de conocimiento de problemas de una familia a otra, a veces con el físico, pero es algo que se trabaja con ellos, la empatía gana terreno en las aulas escolares”.
–En el departamento de San José hay 3.324 personas registradas como “Afro o Negra” y en todo el país son 149.689, según datos del último Censo–
Al consultarlos por si han sacrificado algún sueño o anhelo por los gestos de discriminación, Mara responde que “no, al contrario, creo que no supe aprovechar las oportunidades que tuve”.
Miguel en tanto expresa: “No he sentido en ningún momento que se me cierre una puerta por ser negro, aunque sí viví algunas situaciones de discriminación que me sirvieron para reflexionar y seguir adelante, pero fueron hechos puntuales que no afectaron mi desarrollo personal. Hoy a los 45 ya no veo esas miradas, mi persona ha estado vinculada a diferentes aspectos de la sociedad que me volvieron persona pública, la educación, el teatro, el deporte, la tarea sindical, cooperativismo, en todas ellas los límites han sido los propios y no la mirada discriminadora de otros. Si hubo o hay dichos por lo bajo no me afectan, ni siquiera me entero”.
Le preguntamos a Miguel por lo que sus padres le contaban y qué diferencias percibe entre unos y otros con diferencia de décadas. “Mis padres vivieron otra época, donde en Montevideo había bailes para negros donde los blancos no ingresaban y viceversa. Vienen de tradiciones familiares donde casarse con un blanco o una blanca era cuestionable. Mi generación cambió por la vía de los hechos esas tradiciones. Para que tengas una idea, mis padres entraron por primera y única vez al club San José cuando yo me casé. Para mí ir al club fue parte de la rutina de todo liceal maragato. De todas formas esas concepciones que dividían a la sociedad y no solo por el color de piel aún subyacen en el inconsciente colectivo y muchas veces se expresa en el enojo en forma de insulto, más allá de que en el día a día vivimos como una sociedad integrada e inclusiva”.
¿La sociedad maragata, discrimina?
“Creo que los maragatos somos como otras comunidades pequeñas, un poco cerrados y muy apegados a las costumbres. Desde ese punto de vista yo he vivido toda mi vida aquí, soy parte del paisaje, la sociedad me percibe como uno más, tal vez la discriminación pasa por aquellos con los que la sociedad percibe como ajenos más que como diferentes o diferentes precisamente por ser ajenos”, considera Miguel.
Mara cree “que al ser una ciudad chica y conocernos casi todos no cuenta tanto color, religión o partido político sino cómo sos como persona. Mi familia tuvo comercio y dicen que la atención era muy buena y mi madre es la bondad personificada -no es porque sea mi madre jaja- entonces creo que para mis hermanos y primos todo fue más tranquilo por eso. Sé que no siempre es así y conozco negros de otras ciudades que han pasado por situaciones bastante feas, San José no es así”.
Cada vez que puede Mara destaca lo importante que fue (y es) su madre para ella y sus hermanos. Para pararse firme y seguir adelante con la frente en alto. Pero, ¿quién es su madre?
A ella (la mamá de Mara), la dejamos paradita desafiante al inicio de este artículo, frente a las escaleras del edificio de la Corte Electoral de Montevideo a donde había llegado a concursar. Esta joven del año 76 se llama Leda Santos y por nada del mundo se volverá a San José sin dar la prueba. Teme por el carácter fuerte de su mamá. Sabe que puede volver con cualquier excusa de por qué no hizo algo, pero nunca por ser negra, ese no puede ser un impedimento para el crecimiento, así que se planta y dice: “¡Yo subo porque subo!”. Y ante la férrea insistencia sube nomás. Nadie se lo puede impedir. La joven Leida concursa, gana y accede al puesto en la Corte Electoral. Cumple funciones en la oficina de San José de Mayo hasta el año 2018, cuando se jubila.
Su historia pasó hace mucho tiempo atrás, pero la contamos en presente, porque el mensaje de resistencia ante la injusticia social está tan vigente hoy, como en aquellos años.
*Por César Reyes / Fotos: José Gutiérrez