El sol de las dos de la tarde de finales de diciembre había hecho que el centro de San José de Mayo quedara casi desierto.
En esa época del año, pleno verano, el cemento de las calles, que de por sí son angostas y asfixiantes, hacen una especie de efecto espejo que encandila a los peatones que, como yo, no tienen otra que patearlas en horas impropias.
Por tratarse de una ciudad pequeña todo está relativamente cerca. Una vez un amigo me dijo: “César, en San José vivimos en ocho cuadras a la redonda”.
Al principio me reí pensando que estaba siendo irónico al extremo, pero después, viéndolo fríamente, me angustié al darme cuenta que tenía razón.
En las ciudades de Uruguay que no son Montevideo es como que los habitantes giramos alrededor de la plaza principal, así como hacen los planetas entorno al sol. Ahí está casi todo, el resto de los lugares donde la gente “hace cosas” como trámites, pagos, cobros, está a dos cuadras de la plaza.
Me preguntaba cómo podía, cuando era niño, pensar que mi ciudad era tan inmensa si en realidad es una cosita de morondanga.