Qué cosa trist’es dejar
pa’que destroc’el ganáo
loque jué’l sueño doráo
en la tierra y en el hogar;
nadie puede imaginar
pasaje tan inautdito.
Queda un sueño achicadito
al láo de cada pobreza…
Yo he visto un niño que besa,
en su adiós un arbolito.
Y he visto muchos qu’ están
en un campito arrendáo
viendo herrumbrars’el aráo
que ni pagan ni se van.
Viven la vida sin pan
teniendo tierra y aráo,
y al verlos desalojaos,
hundidos en el abismo,
duele en el alma, lo mismo
del hombre más desalmáo.
Es tan triste abandonar
el rancho, aunque sea ajeno…
Queda siempre en el terreno
algo a medio levantar.
Y les suelen embargar
la siembra y los animales…
Y por unos pocos riales
a descontar del conchabo
qued’algún muchacho esclavo
escondido en los cardales.
Se usó un negocio arriesgáo
pa’los pobres estancieros
que les dio poco dinero
pero agrandó el campo aráo.
Daban al interesáo tierra
bruta pa’labrar,
novillada pa’amandar,
la cosecha de regalo,
paja en pie y en pie los palos
pa’los ranchos levantar.
Les daban una lechera,
dos o tres o diez, igual,
chúcaras…cada animal
que rabiaba en la collera.
Al lazo, pingo y sidera
al palenque l’arrimaban
y cuando mansas estaban,
en segunda parición,
venía de la estancia un pión
y por nuevas las cambiaba.
Si del maizal cosecháo
veinte pajeros se alzaban
diez pa’la estancia quedaban
por algún “algo” adeudáo,
carne o maíz adelantáo
p’algún cerdito engordar,
o dinero pa’comprar
las cosas más necesarias…
y el pobre gaucho, a lo paria,
pa’otro láo de nuevo a arar.
Y si no hallab’a’nde ir,
pese a recomendaciones
que le daban sus patrones,
igual tenía que salir
sus propias “yuntas” a “uñier”
y a cumplir con lo tratáo.
Ya estaba desalojáo,
porque aquella sementera
sembrada de otra manera
daba mejor resultáo.
Por eso en más de un camino
me tocó encontrar, a diario,
algún rancho solitario
de algún pobre campesino,
ya cambiado su destino
de criollo “manso” en “bagual”,
y el comisario rural
rondándolo, por si acaso
se “l’enredaba en el lazo”,
de noche algún animal.
-0o0-
Cuando vino el alambráo,
en la estancia nacional
sobraba más de un “mensual”
o un puestero acreditáo.
Alzó un ranchito al costáo
del primer monte que halló,
y él, que tanto trabajó,
por la prole o por la prenda
d’entró a robar en la hacienda
que tantos años cuidó.
Ansí llegó a ser linyera,
el hijo de aquel patriota
que sacó al potro sus botas
y ató a tiendo su clinera.
Lo achicó la sementera
pues nunca su campo tuvo,
y en su duro andar no hubo
más qu’en qué andar tropezando…
Quien siempre vivió domando
siempre en baguales anduvo.
Wenceslao Varela, «10 años sobre el recao»