En la ciudad de San José de Mayo, Uruguay, hay un tipo que te habla sin decirte una palabra. Que parece normal, pero que ve elementos para crear figuras maravillosas en donde la mayoría de los mortales solo vemos chatarra. Un tipo de sonrisa mansa y de aspecto simple, pero que es capaz de montar los mundos más complejos y admirables con cosas banales. Un tipo que pese a su grandeza no duda en dar una mano y que, precisamente con sus manos, es capaz de moldear, aun en el aire, proyectos mágicos que desbordan sentimientos.
Hace algunas horas atrás, ese tipo, hizo que mucha gente derramara lágrimas por su aparente partida de este mundo. Algunos subieron fotos a las redes sociales en las que, mayoritariamente, se lo ve sonriendo; solo, con amigos o acompañado de sus obras, que no son más que ramas de su ser que han quedado como plantadas en puntos clave del San José de Mayo que diariamente lo ve en sus calles. Por citar solo algunos ejemplos, en la esquina de 25 de Mayo y Batlle y Ordoñez, en pleno centro, inmortalizó al gran “Paco” Espínola, y en la intersección del Bvar. Aparicio Saravia y ruta 3 colocó el monumento al Trabajador Rural, que cincha a toda la ciudad hacia adelante, alentándonos a todos los maragatos a seguir esforzándonos para superarnos día a día en base a trabajo digno, tan digno como cada cosa que él hace…y que continuará haciendo.
Ese tipo es el escultor Heber Riguetti, cuya capacidad excelsa para crear, transmitir y hacer sentir, nunca lo llevó a creérsela o a apartarse del pueblo, de la gente de su entorno y de lo popular, es por eso que entre sus creaciones hay piezas muy destacadas, dos fuertemente ligadas al fútbol, como lo son el trofeo que la OFI entrega a las ligas que cumple 100 años y el monumento al ídolo de Peñarol, Pablo Javier Bengoechea; la otra tiene que ver con, el Carnaval, su otra gran pasión, sobresaliendo en este aspecto el premio “Garufo” que se le otorga a las figuras de la fiesta del Rey Momo que se celebra en San José.
Riguetti juega y transmite lo que él quiere, pero deja su obra abierta a la interpretación de quien se detiene a contemplarla. Se divierte como un niño con sus juguetes y a cada paso deja algo para admirar. Sus manos no paran de moldear la resina, las maderas, alambres, pedazos de metales y, permanentemente, el aire mismo explicando sus proyectos. Ese aire maragato por el que ahora se pasea, mostrándose ante nosotros como un ser maravilloso, en formas estáticas pero con una fuerte carga de sensibilidad, como la que transmite con su sonrisa que ahora se multiplica en cientos de fotos que sus amigos comparten en las redes sociales.
Tan especial es este tipo, que el pasado martes 15 de noviembre, quién sabe por qué, con 68 años de edad quedó mano a mano con la Parca, hablaron un rato largo y lo que para la mayoría de nosotros representaron horas de angustia, quizá para Heber no fue más que un diálogo con “alguien” que verdaderamente estaba a su altura y que nosotros, los simples mortales, nunca llegaremos a comprender. Ese mano a mano con “la huesuda” se extendió por todo el miércoles 16 de noviembre y, finalmente, el jueves 17 a las 10 de la mañana decidió irse con ella.
Mientras escribo esto, recuerdo que Wilson Galoso, dueño de la voz entrañable del carnaval maragato, me mostraba orgulloso, cada vez que visitaba su casa, una estatuilla de su persona esculpida por Riguetti. Estoy seguro que ahí, donde hace poco llegó el escultor, de las primeras cosas que escuchó fue un: “¡fuerte, fuerte el aplauso…!”, mientras lo recibía “Wilson José” a los abrazos. Hugo Nantes, Nelson Romero y Dante Colla sonrieron porque sabían que llegó uno de los de ellos, mientras Abel Soria, son su voz de trueno, casi por inercia, recitó un par de prosas de bienvenida. Un poco más allá “Pedalito” y Raúl Lacava lo invitaron a sumarse a la ronda en la que también están, cantando acapella, “El Facha” Ruíz, “El Pato” Pedreira y «El Satán» Moré, interrumpiendo sus cantos cuando de fondo empiezó a sonar el violín del “Chiche” Tagliabue, mientras que en un rincón, sentado en una silla de bar, fumando un cigarrillo encorvado sobre una libretita, Francisco “Paco” Espínola registraba toda la escena en armónicas frases.
Mientras tanto acá, de este lado, nuestras lágrimas siguen rodando como la chatarra de doloroso sentimiento, pero solo será cuestión de tiempo para que, desde quién sabe dónde, ese tipo las empiece a recoger una por una, y con todas ellas, conforme la creación más sublime de su obra, que será esa en la que la muerte ya no nos hará sentir tristeza, y solo nos dibujará una sonrisa, casi tan hermosa y pacífica, como la que él hoy nos muestra en esas fotos que sus amigos comparten en las redes sociales para decirle “hasta luego, querido Heber”.
Esto lo escribió: César Reyes