Bajo el apodo de “La Pita”, se reconoce al hombre, a la institución dentro de una institución. Su nombre, Hernán Ulises Betbeder Egaña. Un referente al sacrificio del fútbol maragato. Hincha del tricolor de Montevideo, usa el gorro de lana azul, rojo y blanco, o en otros casos, uno de color gris, el que sujeta con las patillas de sus lentes.
Muchos en San José fueron dirigidos por él, otros lo tuvieron como kinesiólogo, aguatero, lavandero, dirigente, taxista, etc. Todas las funciones que se puedan manejar en este deporte divino como es el fútbol, él las ha ocupado.
En sus tiempos mozos jugó en el club. No era muy técnico pero sí aguerrido, nos decía el mismo “Pita”. Yo lo conocí desde muy pequeño, a él y a su familia, o más bien ellos me conocieron desde que nací.
Su padre, Don Juan, fue fundador del glorioso Atlanta. Junto a sus hermanos, vivían (ahora solo queda la Pita) por calle Montagne, le ex calle Yí, a media cuadra de la Av. Luis Alberto de Herrera. Camiseta roja, con una letra V de victoria de color blanco, fue la casaca que decidieron usar los fundadores.
“La Pita” fue uno de los primeros pichones del club fundado el 19 de Abril de 1948, que tenía su sede en la esquina de Yaguarón y Yí (actualmente Herrera y Montagne).
En el bar del “Coco” Zapatella, comenzaron las primeras reuniones de la gente del barrio, las que eran dirigidas por Don Juan Betbeder.
El tiempo pasó y me tocó tener a mi familia a la cabeza de la sede de Atlanta, media cuadra más hacia el centro. Mi padre, “El Toba”, y mi tío, “El Charabón”, atendían la sede en la que convergen dos instituciones; Atlanta y la Unión Ciclista Maragata.
Por ahí pasaba La Pita todos los días a revisar las fichas médicas y los carnets que se guardaban en una vieja vitrina de vidrio, juntos con algunos pequeños trofeos. Habían muchos que se confundían entre los de Atlanta y los del ciclismo, yo no sabía cuáles eran los de cada cual, a alguno los distinguíamos por el macaco que había arriba del trofeo, un futbolista o un ciclista. En los otros, los baratos, solo había laureles.
Hernán Ulises, hacía de costurero en su casa, sobre una vieja máquina de coser Singer. Cosía las medias agujereadas por el trajín de los campeonatos o las camisetas rojas de tela pesada que necesitaban sus arreglos luego de trabados partidos. Treinta equipos de camisetas, pantalones y medias recién lavados colgaban en la cuerda de su casa, inundaban al barrio de rojo y nos hacía respirar fútbol a todos los que veíamos el tendal. Los zapatos limpios del barro y bien lustrados estaban al sol, esperando el próximo partido.
Jugábamos los sábados de tarde la primera, y los domingos de mañana la tercera y cuarta. En aquellos tiempos también teníamos baby fútbol, siendo muchos de los pibes que conformaban el plantel reclutados por el mismo Pita en diferentes potreros del barrio.
La “Sarandi” era la cancha en la que oficiábamos de locales en Baby´s. Los infaltables tallarines de los jueves a la noche en la sede, nos servían para morfar todos juntos y hacer el grupo que nuestro gran referente deseaba, algo que aún hoy sigue haciendo.
El día anterior al partido, nos reuníamos en una sala de la sede para saber la integración y la manera en la que nos pararíamos al otro día, la táctica era de La Pita.
Nos decía de quién nos debíamos de cuidar. “Cuidado que este juega bien”, o “este le pega de afuera”, nos alertaba. Las indicaciones de La Pita, no eran de los más comunes, se parece al actual Presidente, al Pepe; salvando la distancia por supuesto, pero decía (y dice) los mismos o parecidos improperios, las mismas groserías o comentarios fuertes, con la misma espontaneidad. Siempre nos causaba mucha risa y, a la vez, vergüenza ajena. Lo mismo ocurría con los parciales propios y ajenos que lo escuchaban en la cancha.
A los defensas les decía: “Haceme el juego de la escoba, barreme todo el fondo”, o los volantes, “haceme el juego del pistón, subime y bajame”. Esos eren de los más nombrados, pero no los únicos proverbios que salían de su boca.
Recuerdo las mañanas en que salíamos en la vieja “Coqui”, la herrumienta camioneta a manija, completamente oxidada, pero mal, mal, que si te llegabas a cortar con algún filo y no tenías la antitetánica terminabas internado en el hospital.
Subíamos casi 20 “pupilos” a la camioneta a la que por aquellos tiempos denominábamos “La Cotopaxi”, porque decíamos que llegaba la banda y “El Pita” a la cancha. Para encenderla, había que hacerlo con la manija de fierro, más de uno que le dio arranque casi perdió la mano al hacer esta acción y no estar práctico, yo fui uno de ellos.
Cuando éramos locales, ponía las redes, marcaba la cancha, no había nada que no hiciera para que el club de sus amores se presentara como debía de ser a la hora del partido.
No teníamos cancha, en la semana había que intentar conseguir alguna que nos alquilaran barato para poder oficiar de local, o directamente cambiar la localía.
La plata es todo y sobre todo para un club de barrio como seguimos siendo. “A lo redondo”, no era que se jugara como el gran jugador argentino “Redondo”. Era que se debía jugar y cuidar las pelotas, y más si eran nuestras.
Gritaba, en un tono particular de voz, muy conocido por todos, fácil de imitar, “Que cuidáramos las pelotas”. Pero no era que la cuidáramos jugando en la cancha precioso ni mucho menos, sino que cuando la redonda salía de un gran despeje desde el área grande y traspasaba los muros había que ir a buscarla, porque las pelotas están carísimas.
Cuántas pelotas habra inflado en su vida me pregunto, cuántas pelotas arregló para el club o para los pibes del barrio en su vida, no creo que haya un número exacto, ni cercano. Supera las mil sin dudas. Fui un “pupilo” de La Pita, él es un enamorado del club, pero sobretodo, más de las divisiones menores que del Primero. Siempre fue así. Como técnico salió campeón en dos categorías el mismo día y desde ahí, me dije para mí, El Pita vivirá por siempre.
Después de los partidos, no faltaban las famosas pizzas del Gallo García, que comíamos como si fuera la última vez, acompañando con alguna checha que pagaba algún hincha o dirigente.
Salía la coleta pal ´vino, para lo que “La Pita” aportaba también. Y cuando se pedían algunas botellas más, aparecía el padre de todos que nos decía con tono firme, “¡No se hagan los locos!”.
Fue y es amigo, compañero y la imagen del club de mis amores. Junto a él me tocó compartir -después de muchos años- la directiva el club, de la cual fui delegado ante la Liga y hasta llegué a ser presidente por culpa del “Pita” y de varios amigos de la vida.
En el fondo de la sede, que era el mismo fondo de mi casa, se hacían las carneadas para, con la venta de chorizos, poder pagar los jueces y comprar algún par de canilleras o alguna pelota.
Fuimos muchas veces campeones en categorías de baby fútbol y de divisiones menores, pero pocas de la divisional “B”. Por el año 90, después de una fusión fallida con el club “33”, nos llegamos a fusionar con el otro club de la zona, precisamente del barrio Colón: “El Gráfico”. En 1991 la amistad que se tenía con “El Gráfico”, hizo más fácil la fusión.
Pasamos a ser “el fusionado” del Barrio Colón. No se alteraron los colores, el rojo y el blanco siguieron muy vivos. Y “La Pita” continuó y tomó el mando de la inferiores del club.
Cualquier pedazo de campo que contara con un poco de luz, servía para que el club con toda su muchachada pudieran practicar.
En un momento conquistamos Raigón, pusimos nuestra segunda sede y regalamos camisetas a todos los pibes, como forma de transmitir nuestra pasión y trascender las fronteras del barrio.
En la actualidad la tan ansiada cancha propia por fin está llegando, y con ella el sueño de “La Pita” y de muchos que han trabajado para ello. Como un “loco del alambrado” me gustaría, al igual que a muchos del club y de la ciudad de San José de Mayo, que el complejo deportivo lleve el nombre de “La Pita”, algo que afortunadamente va a pasar.
Él es un ejemplo de perseverancia, de lucha, de pasión por su club querido. Pocas veces vi alguna lágrima en sus ojos, pero lo que este señor (con todas sus letras) ha hecho por el deporte, por la sociedad, por su club, por sus jugadores, no tiene nombre.
Creo que el mejor homenaje para él, es el poder ver en cada partido a sus “pupilos” entrando a la cancha defendiendo sus propios colores.
“Palpita” mi corazón, como palpitan muchos corazones de los que algunas vez estuvieron junto a él. Muchos se habrán enojado, otros alegrado, estaría acertado o no, pero lo que hizo por la institución lo hizo por convicción y por amor, no les quepa ninguna duda de eso.
Para “El Pita” y su gran familia Atlanta El Gráfico. Para “El Pita” y los contados “Pita” que hay en la ciudad de San José de Mayo y en cada club.
Un Gracias muy grande y Salú! Ustedes son los que mantienen a la sociedad futbolera del pueblo.
*Por Cristian Lemes y César Reyes
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