Dicen que en su búsqueda por encontrar al hombre más sabio Sócrates aprendió a distinguir entre quienes parecían saber pero solo opinaban y quienes solían no opinar pero realmente sabían.
En su razonamiento, el filósofo entendió que los primeros suelen creerse dueños de la razón absoluta, ergo: afirman, aseguran y sentencian sin cuidado de las consecuencias o la propia realidad. Los del otro grupo en cambio nunca desconocen sus propios límites: no afirman si no hay pruebas contundentes, solo aseguran lo que conocen cierto y, quizás la diferencia esencial, saben que saben poco, incluso saben que no saben nada.
En fuero interno -y más en convivencia- encontrar y respetar los límites propios es demostrarse sabiduría, fuego amenazado por la evolución de estos tiempos chauvinistas y conquistas esporádicas cada vez más efímeras.
Superpoblada de ejemplos, esta vida hace cada vez más fácil encontrarse con “los que solo opinan”, eso valoriza aún más los escasos momentos que regalan los sabios, quienes saben decir “basta” en la derrota, pero sobre todo en la victoria. Esos que descubren el desgaste natural porque entienden cuando el discurso está agotado y no pueden seguir convenciendo, por lo que no se sienten capacitados para seguir ganando, y se van.
Esta semana vimos al sabio decir basta a pesar de haber cambiado la historia. A pesar de que 875 días suele ser nada en la vida de un ser humano, a pesar de tres copas de Europa y dos de sus respectivas Supercopas. A pesar de dos Mundiales de Clubes, de una Liga Española y su Supercopa de España. Al sabio no le importó que quedaran pendientes otro Mundial de Clubes y otra Supercopa, pese a ganarse el derecho de disputarlos, como queriendo darle oportunidad al sucesor de que inicie su gestión sonriendo, o poniéndolo desde ya entre la espada y el abismo.
“Llegó en silencio y se fue sin traumatizar”, resumió una sufrida crónica catalana que no pudo evitar referenciar a otro sabio, uno que en 2012 dijo, también, “me voy para no hacernos daño”.
Paradójicamente, muy cerca y casi al mismo tiempo que el sabio advertía al colectivo que el aporte de su continuidad no superaría el rédito de su ausencia, y comunicaba su hasta luego, una bandada de buitres se repartían la carroña de un corrupto subgrupo de “los que solo opinan”. Para satisfacer sus intereses, fingieron que una extensa condena judicial no era motivo suficiente para sacar la manzana podrida y volver a empezar; en las urnas, donde empieza la democracia.
En cambio, negociaron improvisar un programa de gobierno difícil de ejecutar, difícil de sustentar, difícil de respaldar dada la diversidad de ambiciones que, aunque contradictorias, lograron disimular para poder sentarse a la mesa donde se repartió la tarta, la de la manzana podrida.
A diferencia del sabio, ellos difícilmente se atrevan -poco parece importarles- a salir a la calle y volver a empezar, a preguntar qué opinan los que sin importar el interés particular, y quizás sin saberlo, admiran al que sabe decir basta.
En una vida con reproducción exponencial de esos que solo opinan, quizás sea tiempo de proteger más a los que saben, aunque sepan poco. Es preferible que opinen menos, basta con que solo sepan lo que saben, aunque no sepan nada. Basta especialmente con que sepan cuándo decir basta, así sea en el fútbol, en la prensa, en la verdulería, y sobre todo en la política.
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