Nuevamente inundación y decenas de evacuados en San José de Mayo. Mientras muchos sufren, otros tantos hacen “turismo catástrofe”…
Siempre pasa. Son los curiosos que se vuelven estorbo. Que dicen “qué horrible” de la boca para afuera, pero que tienen la certeza de que a ellos el agua no les va a llegar.
Llegan en motos y en autos. Algunos con la osadía de aparecer con termo y mate. Solo les falta el pororó y estirar las piernas para estar más cómodos.
Abren la boca pero no las puertas de sus casas para recibir damnificados. ¡Mirá si se van a arriesgar a recibir a esa gente baja que “por algo” vive a la orilla del río!
-Este lunes el nivel del cauce del río superó los 9 metros y dejó más de 180 evacuados que se alojan en los gimnasios ARGOS, SAFA y San Lorenzo-
Mientras tanto, el espectáculo sigue: los damnificados se movilizan desesperados, como hormigas alteradas tratando de salvar sus pertenecías -las que les van quedando después de haberse sobrepuesto a otras crecidas del río San José-, cargan colchones, camas, la ropa de los gurises en bolsones, piden a los gritos que un camión de la Intendencia los asista. ¡Quieren salir! Y cuando lo hacen, el agua en las zapatillas, a cada paso, los aferra como un recuerdo húmedo y sonoro a lo que dejan por unas horas a merced del río.
Cuando los evacuados esperan escuchar que ya no crece más, los “turistas” se regocijan –en silencio- al escuchar que “viene bajando bastante agua de Flores”. Eso es garantía de más escenas dramáticas y desoladoras. Claro, en la que los protagonistas son otros.
Afortunadamente son los menos, automáticamente con los evacuados aparecen las manos solidarias de los maragatos que son muchas más que las de los espectadores que las mantienen ocupadas sosteniendo “el amargo”.Son los menos, pero su presencia en el escenario de desolación duele.
Con el paso de sucesivas inundaciones la fuerza del río se ha llevado casi todo lo que ha encontrado a su paso, pero hasta ahora no ha podido desterrar esas actitudes de seres tan maragatos como los damnificados y los que ayudan, pero éstos (los «turistas»), averguenzan.
*Texto: César Reyes