Fueron sepultados en la tarde de este domingo en el cementerio de San José de Mayo, los restos del poeta Abel Soria, fallecido en horas de la madrugada de un infarto.
Como era de esperar, un importante marco de público dio el último adiós al oriundo de Los Cerrillos, que dejó esta vida a los 79 años de edad.
Su deceso de produjo pocas horas después de haber sido nominado para recibir el Premio a la Excelencia Ciudadana, que anualmente otorga el Centro Latinoamericano de Desarrllo.
Del sepelio fueron parte, entre otras autoridades, el Intendente José Luis Falero, el Diputado Walter De León, y el Director de Cultural de la Intendencia, Juan Carlos Barreto.
También se destacó la presencia de Omar Gutiérrez, a quien Soria había acompañado el pasado miércoles, cuando fuera homenajeado por la Junta Departamental.
En representación de la familia, hizo uso de la palabra Fernando Rius.
«Sus décimas y milongas quedarán como una especie de observatorio antropológico de buena parte del caudal de nuestras costumbres, que muchos tratados de Sociología o de Historia no registran (…) para que los investigadores encuentren ahí claves que aún en nuestro país no se han ni siquiera examinado», destacó al inicio de su alocución.
«Abel era el Uruguay de Estación González, de Mal Abrigo, de un barrio de las orillas de San José, de ese pequeño poblado. Y este es un mérito importante, ya que no abundan las tradiciones literarias que atrerricen en esos lugares«, añadió.
«Estamos a la espera de un reconocimiento de la crítica uruguaya respecto a esta labor poética literaria incansable de Abel», reclamó seguidamente.
«Reconocido por la paisanada, le hablaba de Homero y Virgilio y del salchichón casero sin reparar en nada. No había que subestimar al paisano, a quien había hecho sus primeras letras en la escuela rural», resaltó Rius al referir a su modo de tratar.
Su veta humorística también fue destacada por Rius: «Las grajeas de Abel eran felicidad en serio, no la postiza que se encuentra en la farmacia».
Sin embargo, «no tuvo nunca un improperio, la más mínima grosería en un mundo en el que se ha vuelto moneda corriente. Y en el que parece que nadie retruca. Pero a su modo, silencioso pero sonoro, se oponía como una especie de baluarte, demostrando que era posible lograr las cosas sin necesidad de ceder a las exigencias de un medio demasiado mediático«, manifestó.
«Dije que iba a decir dos palabras, y ya fueron muchas más de dos, que me he permitido decir abusando de la audiencia, que no es mía sino la tuya. Pero ahora sí, diré dos palabras, que seguramente son de todos: Abel, hasta siempre», cerró el orador.
Previamente, varios de los asistentes, personas comunes, admiradores del poeta, ensayaron sencillos versos en su recuerdo.
Recitó uno de ellos: «Nos diste canto y humor, y eso lo sabe la gente, fuiste noble y muy prudente, quizás bueno como el pan, los ídolos no se van, estarán siempre presentes».
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