Marcos se fue a vivir a Madrid en 1980. La manija de un amigo que ya se había ido tras la promesa europea y la posibilidad de también él poder ganar en un mes lo que le llevaba casi un año en la empresa de instalación eléctrica para la que trabajaba en San José, le resultaron dos atractivos imposibles de rechazar.
Fue así que después de unos meses de análisis por fin se decidió. Se despidió entre lágrimas de sus familiares y amigos y cargando dos maletas, una grande y una mediana, salió desde el aeropuerto de Carrasco en un avión rumbo al viejo continente.
Primero hizo escala en San Pablo y después de ahí fueron unas cuantas las horas que debieron pasar para atravesar el océano Atlántico. En Madrid lo esperaba su amigo y paisajes que mucho distaban de los que él estaba acostumbrado a ver en su San José de Mayo natal.
Tras el abrazo de bienvenida a su nueva tierra, Marcos se subió a un auto del año que ya se había comprado su amigo (algo casi imposible en suelo maragato para un laburante común) y comenzaron a desandar la autopista que los dejaría en su nuevo hogar, un departamento bastante confortable y con muebles vanguardistas.
Apenas apoyó las valijas en el sofá pidió un teléfono para llamar a Olga, su madre, a la que pocas horas antes había dejado llorando en su casa que quedaba cerca del Molino…